sábado, abril 18, 2009

A Propósito do Prazer de Investigar Elogio do Superfluo e do Indulto do Erro (Jorge Wagensberg )

Elogio de lo superfluo, indulto del error
Los seres humanos tienen diversas formas de abordar el conocimiento. La ciencia es aquella que más se protege contra la ideología de su creador; la literatura, la más eficaz para envolver y transmitir sus creencias.

Observar es buscar diferencias entre cosas similares. Comprender es encontrar similitudes entre cosas diferentes. La ciencia avanza balanceándose sin cesar entre la observación y la comprensión: de la una a la otra, de la otra a la una. ¿Y el arte? Decir: en el fondo, ciencia y arte son una misma cosa es tan superficial como afirmar: en el fondo, ciencia y arte no tienen nada que ver. Los dos extremos son falsos, pero con el mérito de enmarcar la verdad que se despliega entre ellos.
La relación entre ciencia y arte tiene interés tanto por sus convergencias, que las hay, como por sus divergencias, que también son notorias. Afinando el foco, lo mismo ocurre entre la ciencia y formas más particulares del arte (ciencia y pintura, ciencia y música, ciencia y literatura...), o entre el arte y construcciones más propias de la ciencia (arte y matemática, arte y física, arte y biología...). Ensayemos, por ejemplo, un careo entre ciencia y literatura.
La ciencia es una forma de conocimiento. También la literatura. Todo lo que no es la realidad misma es ficción. Cualquier literatura, incluido el ensayo es, en rigor, una ficción de la realidad. La ciencia, cualquier ciencia, no lo es menos. Sin embargo, la ciencia es más bien una teoría, la literatura más bien una práctica.
La ciencia empieza con la comprensión del mundo y acaba narrando historias, historias que reconstruyen el pasado (cómo ha llegado este paisaje a ser como es), historias que anticipan el futuro (cómo llegará este paisaje a ser lo que será). La literatura empieza narrando historias, pero nunca descarta dar con alguna comprensión de la realidad.
La ciencia es la forma de conocimiento que más se protege contra la ideología y las creencias de sus creadores. La literatura quizá sea la más eficaz para envolver y transmitir creencias, ideologías o meras intuiciones.
El científico, para lograr esta higiene ideológica, se impone una drástica cirugía en tres actos.
El primero y más doloroso consiste en expulsar el Yo de sus contenidos. Con buena objetividad se gana buena universalidad. La ciencia es de uno para todos, aunque sea al alto precio de borrar a ese uno del mapa.
En el segundo acto se decanta todo lo presuntamente superfluo, un nuevo sacrificio para la identidad del autor que ve con tristeza cómo lo más propio de sí mismo se escapa por el desagüe. El premio en este caso tampoco está mal: se trata de anticipar la incertidumbre, la supervivencia.
Y el tercer acto consiste en la persecución implacable del error. El científico avanza con el error, vive con, para y del error. Para ello no deja nunca de enfrentar su verdad con la realidad que pretende comprender. En caso de duda se impone la evidencia experimental. El autor corta por lo sano todo lo que huela a incoherencia o a vacío y con ello se despoja de las complejidades que más le distinguen como ser humano. Pero esto también tiene premio. Gracias a la obsesión por detectar y machacar contradicciones, la ciencia, necesariamente, progresa.
Paradójicamente, cada uno de estos tres sacrificios esconde un gozo intelectual. Separar el Yo de la realidad inaugura el placer de la conversación entre la mente y su mundo exterior (uno).
Decantar lo superfluo produce el más intenso de los gozos intelectuales, aquel que cae con toda nueva comprensión o con toda nueva intuición (dos).
Y de la persecución de contradicciones arranca nada menos que el proceso cognitivo entero. Es el estímulo (y tres): la constatación de que algo se mueve, el anuncio de que algo está a punto de cambiar.
Pero, atención, la mala noticia es que el científico no publica tales gozos intelectuales. Cada gozo intelectual implícito es un efecto colateral de una exclusión primaria. En ciencia lo prioritario es comprender el mundo y para ello se sacrifica el Yo, lo superfluo y el error. El gozo intelectual asoma sólo desde la sombra para crear una íntima adicción al conocimiento científico.
En literatura, curiosamente, se invierten los términos. Si hay algo prioritario buscado por un escritor cuando escribe o por un lector cuando lee, eso es, justamente, alguna clase de gozo intelectual. Y si en el intento resulta que ganamos algo de la comprensión del mundo o de la condición humana, entonces viva la literatura. Quizá esté aquí la clave de una fecundación mutua entre ciencia y literatura.
La ciencia se acerca a la literatura aflojando las tuercas del método científico, la literatura a la ciencia apretándolas. Delicadamente.
(...)
Jorge Wagensberg es director del Área de Ciencia de la Fundación La Caixa.
Continue a consultar o resto deste artigo nesta página

Sem comentários: