Lía Cavalcanti, socióloga y psicóloga de prestigio internacional, describe en una publicación(1) de la uruguaya Universidad de la República su experiencia en el barrio parisino “La Gota de Oro”, con más de 28.000 habitantes, en su mayoría inmigrantes. La intervención se inscribe en el campo de la prevención de problemáticas vinculadas al consumo de substancias adictivas.
Cavalcanti explica que “…la primera gran ‘revolución’… fue deslocalizar las ofertas de intervención clásica. Todas las intervenciones en drogodependencias… se encontraban en otros lugares: los centros de rehabilitación se encontraban en el campo y los centros de atención, en el centro de la ciudad… nuestra primera gran tarea era proponer la oferta de tratamiento al lado de la oferta de drogas” por lo que –sintetiza- “fuimos allá donde nadie quería ir”.
Al momento de fundamentar la estrategia plantea que “Una cosa terrible es que los horarios de funcionamiento de otras estructuras están fijados en función de las necesidades de los técnicos, jamás en función de un análisis de los modos de vida de la clientela”. Sostiene que el “primer planteo es fundirse en el barrio, no como dispositivo sanitario sino como un dispositivo de acogida. Eso es estar lo más próximo a la cultura para incitar al máximo una apropiación del espacio por la población… por lo tanto, las bases de este trabajo suponen, de una manera permanente, negociar, negociar y negociar mil veces lo que son las estrategias terapéuticas más aceptables en la historia de vida de esta persona.”Ahora bien: en nuestra realidad la cantidad y calidad de problemáticas vinculadas al consumo de sustancias adictivas se incrementa sin cesar, y las respuestas desde el Estado no son proporcionales a dicho agravamiento.
En tal contexto vale señalar cómo la experiencia expuesta por Cavalcanti, ni única ni excluyente, funciona sobre un modelo que rompe con los esquemas tradicionales franceses pero que también rompería modelos de muchos otros países. El término ‘modelo’ no se refiere aquí al particular modo de trabajo de alguna institución pública en especial sino que, por el contrario, está referido a una profunda estructura conceptual que se puede aplicar a las distintas instituciones del Estado según la especificidad de cada una. Por otra parte resultaría interesante tomar la idea de ‘deslocalización’ pero no solamente en su sentido físico sino en el citado sentido de ‘proximidad cultural’, es decir pensando en todos los lugares, unos materiales y otros inmateriales, que substancialmente unidos conforman la cotidianeidad comunitaria.
Tal idea de deslocalización aportaría a desterrar los vahos de etnocentrismo cultural que atraviesan el actual orden institucional y que condicionan su eficacia. Así vista la deslocalización favorecería la problematización de una multiplicidad de cuestiones tales como la institución social del tiempo (Castoriadis) expresada -por ejemplo- en los “horarios de atención al público”.
No se trata de simples cambios de horarios, ni mucho menos de lo que cíclicamente se designa como ‘descentralización’ entendida como mera habilitación en los barrios de anexos de las oficinas centrales. Se trata de lograr –como consigna Cavalcanti- ‘dispositivos de acogida’, formal y substancialmente distintos. Esto incluye –sí- lugares, horarios, profesionales, etc., pero es mucho más que eso. Al abordar tal tarea podrían identificarse múltiples obstáculos: seguridad de los profesionales, movilidad, disponibilidad de personal, necesidades en otros servicios ya localizados, etc.
No obstante todos ellos estarán condicionados por uno anterior: las matrices de pensamiento político y profesional.Todos los obstáculos deben ser discutidos pero debe mediar la decisión de diseñar y aplicar una política eficaz, eficacia que depende de que realmente estemos frente a que tal política sea ‘social’. Y para que sea social debe significar redistribución de recursos económicos. Por ejemplo, en una multiplicidad de países la seguridad viene siendo motivo de significativas reasignaciones presupuestarias, incrementándose el gasto en cientos de policías, vehículos, armamento, etc. Vale comparar estos presupuestos con los presupuestos a los que usualmente se denomina ‘sociales’. ¿Significan realmente reasignación de recursos? ¿O se trata de asignaciones poco menos que simbólicas? ¿Son, entonces, políticas realmente sociales? ¿O se trata de otro “como si”?Sabemos, al momento de identificar obstáculos que no cualquier profesional aceptará integrar un programa como el referido por Lía Cavalcanti (imaginemos una noche en un barrio de las grandes ciudades latinoamericanas). Pero sí podemos tener la certeza de que si el sueldo de esos profesionales se estipula, por ejemplo, en un 40 o 50% de lo que percibe un Diputado, un Senador o un Gerente de una empresa exportadora, el Estado podrá elegir cómodamente entre los mejores.
Este no es todo el problema pero sí uno de los centrales que debe ser resuelto en el punto de partida como signo de la decisión política tomada.“La noche” en un barrio popular no es un detalle más. Se trata de un espacio apenas sobrevolado, núcleo de un paradigma no suficientemente explorado en términos de intervención social, una dimensión de la deslocalización que conviene sea atendida. Es un tramo inconsciente en las jornadas de la mayoría de las instituciones, horas en las que la intervención social suele ceder ante la intervención policial. Cuesta pensar en estos términos pero se hace necesario, a menos que pronto se descubran otras estrategias nítidamente superadoras.(1) Material de la Maestría en Salud Mental (UNER): CAVALCANTI, Lía. Problemas vinculados al consumo de sustancias adictivas. Montevideo, Universidad de la República, 1998. Pgs. 113 y stes.
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