Numerosas personas -en su mayoría mujeres- libran una batalla para descubrir a sus madres biológicas. Hace 25 o 30 años nacieron en la clínica San Ramón, de Madrid, y fueron dadas en adopción en un oscuro proceso. Han decidido unir sus fuerzas a través de Internet
JESÚS DUVA 30/11/2008
María, una morena de ojos azabache, guarda un tesoro en una ajada carpetilla azul. Dentro de ella conserva un montón de papeles añejos que cuida con mimo: son su partida de nacimiento, su proceso judicial de adopción, los recibos pagados por sus padres a abogados, notarios y gestores, la correspondencia que mantuvieron con la extinta Diputación Provincial de Madrid... Son sus raíces. Lo único que le une a sus inciertos orígenes de niña adoptada tras ser supuestamente abandonada por su madre.
María, al igual que otras muchas mujeres, quiere seguir ese rastro, débil y difuso, para intentar ahora -a sus 27 años- descubrir a su madre biológica, constatar si realmente le abandonó tras darle a luz en 1981, desentrañar cómo fue entregada a un matrimonio levantino casi cincuentón. Todas estas mujeres -y algún hombre- tienen en común haber nacido en la clínica San Ramón, de Madrid, a finales de los años setenta y principios de los ochenta. Y muchos de ellos tienen dudas sobre la actuación del doctor Eduardo Vela -el tocólogo que firmaba los papeles del parto- y de sor María Gómez Valbuena, una monja que aparece relacionada con muchos casos, así como sobre cuantos funcionarios intervinieron en el proceso.
"Cuando tenía 10 años me di cuenta de que no me parecía en nada a mis padres. Les pregunté cómo era posible eso y ellos me dijeron que me habían adoptado porque mi madre verdadera había muerto. Me dio rabia enterarme así", recuerda hoy María, que lo único que conserva desde su nacimiento es su nombre de pila. El nombre de pila con el que fue inscrita en el Registro Civil de Chamartín como nacida en mayo de 1981, haciendo constar que "su madre no quiso identificarse para guardar el secreto de su maternidad, abandonando a la criatura y entregándola a la encargada" de la clínica San Ramón.
"Cuando tenía 15 años, mis padres me contaron la verdad y me enseñaron todos los papeles de la adopción. Hace unos meses se me ocurrió buscar en Internet y vi que había un par de foros en los que un montón de gente buscaba sus orígenes. Hay muchísimos que tenemos en común el haber nacido en la clínica San Ramón y que presuntamente nos abandonaron nuestras madres biológicas", señala.
Los padres de María, tras constatar que no podían tener hijos, habían empezado un largo peregrinaje en busca de un niño para adoptarlo. Así pasaron cerca de 20 años. Prueba de ello es la carta que recibieron en marzo de 1983 procedente de la Diputación Provincial de Madrid. Sección de Educación. Departamento de Adopciones: "En relación con la instancia que tiene usted presentada en esta Diputación solicitando la adopción de un niño procedente de alguno de los centros dependientes de la misma, comunico a usted que, debido a que existen muy pocos menores en situación legal de abandono, es criterio de esta corporación se tramite la adopción en favor de matrimonios residentes en Madrid y su provincia. Por lo que adjunto le devuelvo la documentación presentada en su día acompañando dicha solicitud por si puede ser de su interés. Atentamente, le saluda Teresa Raya, secretario delegado".
Los padres de María, tras vender una casa para pagar los trámites legales y "otros gastos", tenían en su poder a la niña desde un año y medio antes de recibir esa fría carta de la Diputación de Madrid. Una carta que extrañamente hacía referencia a que había "muy pocos menores en situación legal de abandono", mientras que los había en abundancia en la clínica San Ramón.
Los padres adoptivos de esta joven llegaron al citado sanatorio a través de un abogado levantino que les puso en contacto con otro, y así hasta que, al final, recibieron una llamada: "Si les interesa, hay una niña disponible". Entre los papeles amarilleados por el tiempo, María muestra una anotación a mano en la que se lee: "Sor María Gómez. Asistente social. Santa Cristina. Amadeo Vives, esquina a O'Donnell". Sin duda, un contacto que alguien facilitó a su familia durante la afanosa búsqueda de un hijo o una hija.
"Yo lo que busco son mis raíces. A veces he ido al médico y no sé qué contestar cuando me pregunta mis antecedentes familiares y las enfermedades que sufrieron mis padres o mis abuelos. Y tengo que responder que no lo sé", explica esta muchacha.
En las páginas web quiensabedonde.es y buscapersonas.org hay numerosos mensajes de personas que, como María, intentan hallar una pista que les permita desentrañar sus orígenes y el proceso por el que fueron a parar a manos de sus actuales familias.
La llamada de la sangre es muy fuerte en decenas de mujeres -y un número más reducido de hombres- que se resisten a admitir que sus madres biológicas se deshicieron de ellos con tanta frialdad. Les gustaría hablar con ellas y preguntarles: ¿tú me abandonaste?, ¿por qué me abandonaste?, ¿fuiste coaccionada o engañada?
"Tengo 33 años. Desde que tengo uso de razón he sabido que mis padres eran muy mayores para mi edad. Podrían ser mis abuelos. De pequeña recuerdo que por la calle preguntaban si era su nieta, y ellos, con la boca pequeña, decían que eran mis padres...", explica Gina (nombre ficticio), que lleva la mitad de su vida buscando sus raíces en forma del nombre de una mujer de la que ignora todo.
"A los 15 años descubrí la verdad mirando un álbum de fotos de unas vacaciones de mis padres. Al pie de una foto ponía el lugar donde se había tomado y una fecha: ¡el mismo día de mi nacimiento! y mi madre, plana como una tabla de planchar, se paseaba por una playa del Caribe... Ni corta ni perezosa, cogí la foto y le pedí explicaciones a mi madre. La cara que puso no la olvidaré nunca. Se quedó blanca y empezó a tartamudear. Me explicó la verdad: que ella no podía tener hijos porque le tuvieron que quitar la matriz al pensar que tenía cáncer", sigue detallando Gina.
"Al casarse con mi padre, ya mayores, con 40 años, decidieron tener hijos. Preguntando, llegaron hasta la clínica San Ramón. Según me explicó, ella fue a la clínica, respondió un cuestionario y le dijeron que la llamarían cuando hubiera algún niño disponible. Pasaron seis meses, les llamaron y les dijeron que había nacido una niña que había sido dada en adopción, que eran la pareja que tocaba de la lista de espera y que si estaban interesados me fueran a buscar. A los tres días de vida ya estaba con ellos".
"Al oír la historia me enfadé mucho. No por la adopción, ya que nunca he tenido nada importante que reprocharles (me han cuidado, me han querido y se han desvivido por mí), pero sí por el hecho de que no me lo hubieran explicado antes y que me hubieran escondido una cosa tan importante. Me lo tomé mal", se queja Gina.
"Las explicaciones que me dieron nunca fueron del todo coherentes. Siempre intentaban cambiar de tema, me decían que no sabían nada, que no recordaban datos, etcétera. Yo investigué un poco y me enteré de que tenía que pedir mi partida de nacimiento literal. Pero hasta los 18 años no podía solicitarla por mí misma...", prosigue.
"La historia quedó aparcada hasta los 18 años, cuando fui al registro civil a pedir mi partida de nacimiento, que me dieron y en la que explica que soy adoptada, que mis apellidos son puestos de oficio, dónde nací y poco más. En esa época no existía Internet. Llamé por teléfono al servicio de información de Madrid y descubrí que la clínica San Ramón hacía años que no existía. Pasaron los años, pero la cosa estaba ahí dentro. De vez en cuando preguntaba a mis padres, pero lo único que me dijeron es que mi madre era una chica jovencita y menudita, que no sabían cómo se llamaba, ni nada sobre su vida. Creo que era una historia inventada para que dejara de hacer preguntas, ya que no sé si ellos llegaron a verla", agrega Gina.
Esta mujer, hoy felizmente casada y que tuvo la fortuna de unos buenos padres adoptivos, confiesa: "Decidí no tocar más el tema. Había madurado y empezaba a entender su postura y su preocupación. Hace un par de meses, después de ver un programa de televisión en el que personas adoptadas explicaban su historia, desenterré mi partida de nacimiento y empecé a buscar por Internet. He descubierto lo que el doctor Vela y las monjas hacían en la clínica San Ramón. Me quedé de piedra, no tenía ni idea. Toda la vida he pensado que mi madre biológica me había dado en adopción por equis motivos, pero ahora me planteo que puede que mi madre fuera una madre engañada a la que dijeron que su hijo había muerto. Siempre he tenido curiosidad por saber qué cara tiene mi madre biológica, y si tengo hermanos. Pero ahora esta curiosidad va más allá".
Gina está embarcada ahora en una batalla en la que no está sola: "A través de una web, me he puesto en contacto con tres chicas que están en mi misma situación". La clínica cerró hace ya bastantes años, y ninguna de las personas que llevan tiempo investigando sus propios casos ha logrado saber qué se hizo con los archivos. Varios de los afectados coinciden en opinar que cuando se clausura un hospital, todos sus archivos son absorbidos por otra clínica u otro organismo. Sin embargo, todo lo relativo a San Ramón parece haberse esfumado.
Otra persona que se identifica en la Red como Marjumar opina: "La única manera de conseguir algo es que las madres biológicas se enteren de que estamos vivos y buscándoles. Es posible que a algunas madres les mintieran, que otras estuvieran bajo el dominio de sus familias y les obligaran a abandonarnos, y otras (espero que la mayoría, sinceramente) lo hicieran voluntariamente. Seguro que varias madres se pondrían en contacto con nosotros si supieran de qué forma. Con la fecha de nacimiento y el lugar tiene que ser suficiente para encontrar a su hijo, porque dudo que San Ramón fuera un sanatorio tan grande, y seguramente que este tipo de partos no se daban más de una o dos veces al mes, como mucho".
Daniel es uno de los pocos varones que se ha atrevido a intentar hallar sus raíces: "Hace muy poco que he descubierto que yo también nací en San Ramón, en concreto, el 5 de octubre de 1976. Mis padres nunca me han hablado de mi adopción. Fue algo que descubrí por mi cuenta. La única información de la que dispongo es la que aparece en mi certificado literal de nacimiento, que he tenido que solicitar ahora para iniciar mi expediente matrimonial (me caso en marzo del año próximo). Ahí aparece que el médico que me trajo al mundo fue el famoso doctor Vela, y poco más. Los nombres de mis padres son ficticios y puestos por el juez. En el margen izquierdo aparece la información de mi adopción, con fecha de abril de 1978, es decir, un año y medio después de mi nacimiento. Esto no sé si es lo habitual, pero me sorprendió un poco, porque he vivido con mis padres desde mi primer mes (tengo fotos que lo prueban)".
La llamada de la sangre que sienten estas personas es muy fuerte, pero también admiten que su batalla tropieza con muchas dificultades y recelos: "El problema de hacerlo público es lo que conllevaría para nosotros y nuestras familias. Claro que me encantaría que otros dieran la cara y lo hicieran público. Pero no parece que tengamos muchas salidas... es muy fácil destruir documentos y así no hay pruebas", escribe Marjumar.
El abogado valenciano Enrique Vila Torres descubrió en 1988, a sus 23 años, que era un chico adoptado. "¡Mis padres no me concibieron! ¿De dónde vengo?, ¿cuál es mi sangre, cuáles mis orígenes?, ¿qué circunstancias dramáticas hicieron que mi madre biológica me abandonase? El deseo de conocer nuestras raíces es muy fuerte, y quizá no puede ser comprendido en su justa medida más que por quien es adoptado", escribe Vila en su página de Internet. Tras ese descubrimiento decidió especializarse en este tipo de casos: "El camino no es fácil y, aunque poco a poco las leyes y la jurisprudencia van dando la razón a los hijos expósitos que buscan a sus madres biológicas, aún existen trabas administrativas, legales, e incluso de índole moral y social", señala este letrado, quien ve imprescindible emprender acciones judiciales para tener acceso a los datos que constan en los archivos sobre la identidad de las madres que en su día decidieron entregar a sus hijos en adopción.
La clínica San Ramón se vio salpicada en noviembre de 1981 por una operación policial que culminó con la detención de cinco mujeres y un hombre por presunta venta de recién nacidos. Las investigaciones del grupo II de la Brigada Judicial de Madrid se iniciaron al tener conocimiento de que una prostituta que ejercía en la calle de la Montera había dado a luz a un niño y que éste había sido entregado, previo pago de cierta cantidad de dinero, a un matrimonio residente en Levante, según informó en su día la Jefatura Superior de Policía de Madrid.
Esa mujer, Josefina T., había percibido 150.000 pesetas por la entrega de su hijo, y la promesa de otras 200.000 más y el pago de una próxima intervención quirúrgica. Ese dinero lo recibió de manos de María José I., propietaria de una guardería infantil en régimen de internado situada en la calle de Lanuza, en la colonia de la Fuente del Berro de Madrid.
La parturienta y la propietaria de la guardería entraron en contacto a través de dos hermanas, Irene y Eulalia L. C., encargadas de una casa de citas de la calle de los Jardines, que hicieron lo mismo con otras prostitutas embarazadas que querían deshacerse de sus futuros hijos.
Consuelo C., también detenida, fue quien supuestamente se encargó del niño alumbrado por Josefina para entregárselo al matrimonio adoptante. Reconoció ante la policía que actuó igual en otras tres ocasiones y que cada matrimonio abonó 200.000 pesetas a la dueña de la guardería.
"El centro médico en que fueron asistidas las parturientas fue la clínica San Ramón, situada en el paseo de La Habana número 143, donde obtenían toda clase de facilidades para ocultar su identidad. En las certificaciones presentadas ante el registro civil constaba que el recién nacido era hijo de madre desconocida", según informó en su día la Jefatura Superior de Policía.
Los policías interrogaron a 14 matrimonios de la Comunidad Valenciana que se habían hecho cargo de otros tantos recién nacidos. Todos coincidieron en que en María José I. era la persona que les acompañaba a la clínica San Ramón y quien se quedaba con las 200.000 pesetas, y "sólo daba una cantidad mínima a las madres biológicas y demás intermediarios". La investigación no llegó más allá.
La noticia fue divulgada con amplitud en la prensa y causó cierta conmoción social. Prueba de ello es la carta publicada poco después en EL PAÍS por José María Cruz, secretario general de la Asociación Española para la Protección de la Adopción, en la que decía: "En todos los países se dan casos de manipulaciones, de ventas de niños y negocios sucios en este campo, abusos que se tratan de evitar perfeccionando las leyes sobre la adopción y su procedimiento. En el caso de España se reconoce que existen lagunas en el procedimiento y control de la adopción y que ésta es una de las causas por las que se suceden frecuentemente casos lamentables".
La Ley de Adopción de 11 de noviembre de 1987 fue promulgada para poner orden en esta cuestión y señalaba en su preámbulo: "Se acusaba, sobre todo, en la legislación anterior una falta casi absoluta de control de las actuaciones que preceden a la adopción". Esta ausencia de control "permitía en ocasiones el odioso tráfico de niños" y "daba lugar, otras veces, a una inadecuada selección de los adoptantes". La nueva ley recortó el inmenso poder del médico y le obligó a comunicar a las autoridades cada caso de adopción.
Los casos denunciados en la prensa en su día fueron muchos menos de las sospechas que ahora afloran entre los numerosos afectados, que temen que su madre biológica fuese engañada o manipulada. Las pesquisas policiales y judiciales fueron escasas y poco profundas. El doctor Vela llegó a estar encausado, pero nunca condenado.
La existencia de Internet hace que hoy todas estas personas hayan decidido luchar. Hay adoptados que ahora, al buscar sus orígenes, no dudan en tildar al San Ramón de "maldito sanatorio".
"Cuando tenía 10 años me di cuenta de que no me parecía en nada a mis padres. Les pregunté cómo era posible eso y ellos me dijeron que me habían adoptado porque mi madre verdadera había muerto. Me dio rabia enterarme así", recuerda hoy María, que lo único que conserva desde su nacimiento es su nombre de pila. El nombre de pila con el que fue inscrita en el Registro Civil de Chamartín como nacida en mayo de 1981, haciendo constar que "su madre no quiso identificarse para guardar el secreto de su maternidad, abandonando a la criatura y entregándola a la encargada" de la clínica San Ramón.
"Cuando tenía 15 años, mis padres me contaron la verdad y me enseñaron todos los papeles de la adopción. Hace unos meses se me ocurrió buscar en Internet y vi que había un par de foros en los que un montón de gente buscaba sus orígenes. Hay muchísimos que tenemos en común el haber nacido en la clínica San Ramón y que presuntamente nos abandonaron nuestras madres biológicas", señala.
Los padres de María, tras constatar que no podían tener hijos, habían empezado un largo peregrinaje en busca de un niño para adoptarlo. Así pasaron cerca de 20 años. Prueba de ello es la carta que recibieron en marzo de 1983 procedente de la Diputación Provincial de Madrid. Sección de Educación. Departamento de Adopciones: "En relación con la instancia que tiene usted presentada en esta Diputación solicitando la adopción de un niño procedente de alguno de los centros dependientes de la misma, comunico a usted que, debido a que existen muy pocos menores en situación legal de abandono, es criterio de esta corporación se tramite la adopción en favor de matrimonios residentes en Madrid y su provincia. Por lo que adjunto le devuelvo la documentación presentada en su día acompañando dicha solicitud por si puede ser de su interés. Atentamente, le saluda Teresa Raya, secretario delegado".
Los padres de María, tras vender una casa para pagar los trámites legales y "otros gastos", tenían en su poder a la niña desde un año y medio antes de recibir esa fría carta de la Diputación de Madrid. Una carta que extrañamente hacía referencia a que había "muy pocos menores en situación legal de abandono", mientras que los había en abundancia en la clínica San Ramón.
Los padres adoptivos de esta joven llegaron al citado sanatorio a través de un abogado levantino que les puso en contacto con otro, y así hasta que, al final, recibieron una llamada: "Si les interesa, hay una niña disponible". Entre los papeles amarilleados por el tiempo, María muestra una anotación a mano en la que se lee: "Sor María Gómez. Asistente social. Santa Cristina. Amadeo Vives, esquina a O'Donnell". Sin duda, un contacto que alguien facilitó a su familia durante la afanosa búsqueda de un hijo o una hija.
"Yo lo que busco son mis raíces. A veces he ido al médico y no sé qué contestar cuando me pregunta mis antecedentes familiares y las enfermedades que sufrieron mis padres o mis abuelos. Y tengo que responder que no lo sé", explica esta muchacha.
En las páginas web quiensabedonde.es y buscapersonas.org hay numerosos mensajes de personas que, como María, intentan hallar una pista que les permita desentrañar sus orígenes y el proceso por el que fueron a parar a manos de sus actuales familias.
La llamada de la sangre es muy fuerte en decenas de mujeres -y un número más reducido de hombres- que se resisten a admitir que sus madres biológicas se deshicieron de ellos con tanta frialdad. Les gustaría hablar con ellas y preguntarles: ¿tú me abandonaste?, ¿por qué me abandonaste?, ¿fuiste coaccionada o engañada?
"Tengo 33 años. Desde que tengo uso de razón he sabido que mis padres eran muy mayores para mi edad. Podrían ser mis abuelos. De pequeña recuerdo que por la calle preguntaban si era su nieta, y ellos, con la boca pequeña, decían que eran mis padres...", explica Gina (nombre ficticio), que lleva la mitad de su vida buscando sus raíces en forma del nombre de una mujer de la que ignora todo.
"A los 15 años descubrí la verdad mirando un álbum de fotos de unas vacaciones de mis padres. Al pie de una foto ponía el lugar donde se había tomado y una fecha: ¡el mismo día de mi nacimiento! y mi madre, plana como una tabla de planchar, se paseaba por una playa del Caribe... Ni corta ni perezosa, cogí la foto y le pedí explicaciones a mi madre. La cara que puso no la olvidaré nunca. Se quedó blanca y empezó a tartamudear. Me explicó la verdad: que ella no podía tener hijos porque le tuvieron que quitar la matriz al pensar que tenía cáncer", sigue detallando Gina.
"Al casarse con mi padre, ya mayores, con 40 años, decidieron tener hijos. Preguntando, llegaron hasta la clínica San Ramón. Según me explicó, ella fue a la clínica, respondió un cuestionario y le dijeron que la llamarían cuando hubiera algún niño disponible. Pasaron seis meses, les llamaron y les dijeron que había nacido una niña que había sido dada en adopción, que eran la pareja que tocaba de la lista de espera y que si estaban interesados me fueran a buscar. A los tres días de vida ya estaba con ellos".
"Al oír la historia me enfadé mucho. No por la adopción, ya que nunca he tenido nada importante que reprocharles (me han cuidado, me han querido y se han desvivido por mí), pero sí por el hecho de que no me lo hubieran explicado antes y que me hubieran escondido una cosa tan importante. Me lo tomé mal", se queja Gina.
"Las explicaciones que me dieron nunca fueron del todo coherentes. Siempre intentaban cambiar de tema, me decían que no sabían nada, que no recordaban datos, etcétera. Yo investigué un poco y me enteré de que tenía que pedir mi partida de nacimiento literal. Pero hasta los 18 años no podía solicitarla por mí misma...", prosigue.
"La historia quedó aparcada hasta los 18 años, cuando fui al registro civil a pedir mi partida de nacimiento, que me dieron y en la que explica que soy adoptada, que mis apellidos son puestos de oficio, dónde nací y poco más. En esa época no existía Internet. Llamé por teléfono al servicio de información de Madrid y descubrí que la clínica San Ramón hacía años que no existía. Pasaron los años, pero la cosa estaba ahí dentro. De vez en cuando preguntaba a mis padres, pero lo único que me dijeron es que mi madre era una chica jovencita y menudita, que no sabían cómo se llamaba, ni nada sobre su vida. Creo que era una historia inventada para que dejara de hacer preguntas, ya que no sé si ellos llegaron a verla", agrega Gina.
Esta mujer, hoy felizmente casada y que tuvo la fortuna de unos buenos padres adoptivos, confiesa: "Decidí no tocar más el tema. Había madurado y empezaba a entender su postura y su preocupación. Hace un par de meses, después de ver un programa de televisión en el que personas adoptadas explicaban su historia, desenterré mi partida de nacimiento y empecé a buscar por Internet. He descubierto lo que el doctor Vela y las monjas hacían en la clínica San Ramón. Me quedé de piedra, no tenía ni idea. Toda la vida he pensado que mi madre biológica me había dado en adopción por equis motivos, pero ahora me planteo que puede que mi madre fuera una madre engañada a la que dijeron que su hijo había muerto. Siempre he tenido curiosidad por saber qué cara tiene mi madre biológica, y si tengo hermanos. Pero ahora esta curiosidad va más allá".
Gina está embarcada ahora en una batalla en la que no está sola: "A través de una web, me he puesto en contacto con tres chicas que están en mi misma situación". La clínica cerró hace ya bastantes años, y ninguna de las personas que llevan tiempo investigando sus propios casos ha logrado saber qué se hizo con los archivos. Varios de los afectados coinciden en opinar que cuando se clausura un hospital, todos sus archivos son absorbidos por otra clínica u otro organismo. Sin embargo, todo lo relativo a San Ramón parece haberse esfumado.
Otra persona que se identifica en la Red como Marjumar opina: "La única manera de conseguir algo es que las madres biológicas se enteren de que estamos vivos y buscándoles. Es posible que a algunas madres les mintieran, que otras estuvieran bajo el dominio de sus familias y les obligaran a abandonarnos, y otras (espero que la mayoría, sinceramente) lo hicieran voluntariamente. Seguro que varias madres se pondrían en contacto con nosotros si supieran de qué forma. Con la fecha de nacimiento y el lugar tiene que ser suficiente para encontrar a su hijo, porque dudo que San Ramón fuera un sanatorio tan grande, y seguramente que este tipo de partos no se daban más de una o dos veces al mes, como mucho".
Daniel es uno de los pocos varones que se ha atrevido a intentar hallar sus raíces: "Hace muy poco que he descubierto que yo también nací en San Ramón, en concreto, el 5 de octubre de 1976. Mis padres nunca me han hablado de mi adopción. Fue algo que descubrí por mi cuenta. La única información de la que dispongo es la que aparece en mi certificado literal de nacimiento, que he tenido que solicitar ahora para iniciar mi expediente matrimonial (me caso en marzo del año próximo). Ahí aparece que el médico que me trajo al mundo fue el famoso doctor Vela, y poco más. Los nombres de mis padres son ficticios y puestos por el juez. En el margen izquierdo aparece la información de mi adopción, con fecha de abril de 1978, es decir, un año y medio después de mi nacimiento. Esto no sé si es lo habitual, pero me sorprendió un poco, porque he vivido con mis padres desde mi primer mes (tengo fotos que lo prueban)".
La llamada de la sangre que sienten estas personas es muy fuerte, pero también admiten que su batalla tropieza con muchas dificultades y recelos: "El problema de hacerlo público es lo que conllevaría para nosotros y nuestras familias. Claro que me encantaría que otros dieran la cara y lo hicieran público. Pero no parece que tengamos muchas salidas... es muy fácil destruir documentos y así no hay pruebas", escribe Marjumar.
El abogado valenciano Enrique Vila Torres descubrió en 1988, a sus 23 años, que era un chico adoptado. "¡Mis padres no me concibieron! ¿De dónde vengo?, ¿cuál es mi sangre, cuáles mis orígenes?, ¿qué circunstancias dramáticas hicieron que mi madre biológica me abandonase? El deseo de conocer nuestras raíces es muy fuerte, y quizá no puede ser comprendido en su justa medida más que por quien es adoptado", escribe Vila en su página de Internet. Tras ese descubrimiento decidió especializarse en este tipo de casos: "El camino no es fácil y, aunque poco a poco las leyes y la jurisprudencia van dando la razón a los hijos expósitos que buscan a sus madres biológicas, aún existen trabas administrativas, legales, e incluso de índole moral y social", señala este letrado, quien ve imprescindible emprender acciones judiciales para tener acceso a los datos que constan en los archivos sobre la identidad de las madres que en su día decidieron entregar a sus hijos en adopción.
La clínica San Ramón se vio salpicada en noviembre de 1981 por una operación policial que culminó con la detención de cinco mujeres y un hombre por presunta venta de recién nacidos. Las investigaciones del grupo II de la Brigada Judicial de Madrid se iniciaron al tener conocimiento de que una prostituta que ejercía en la calle de la Montera había dado a luz a un niño y que éste había sido entregado, previo pago de cierta cantidad de dinero, a un matrimonio residente en Levante, según informó en su día la Jefatura Superior de Policía de Madrid.
Esa mujer, Josefina T., había percibido 150.000 pesetas por la entrega de su hijo, y la promesa de otras 200.000 más y el pago de una próxima intervención quirúrgica. Ese dinero lo recibió de manos de María José I., propietaria de una guardería infantil en régimen de internado situada en la calle de Lanuza, en la colonia de la Fuente del Berro de Madrid.
La parturienta y la propietaria de la guardería entraron en contacto a través de dos hermanas, Irene y Eulalia L. C., encargadas de una casa de citas de la calle de los Jardines, que hicieron lo mismo con otras prostitutas embarazadas que querían deshacerse de sus futuros hijos.
Consuelo C., también detenida, fue quien supuestamente se encargó del niño alumbrado por Josefina para entregárselo al matrimonio adoptante. Reconoció ante la policía que actuó igual en otras tres ocasiones y que cada matrimonio abonó 200.000 pesetas a la dueña de la guardería.
"El centro médico en que fueron asistidas las parturientas fue la clínica San Ramón, situada en el paseo de La Habana número 143, donde obtenían toda clase de facilidades para ocultar su identidad. En las certificaciones presentadas ante el registro civil constaba que el recién nacido era hijo de madre desconocida", según informó en su día la Jefatura Superior de Policía.
Los policías interrogaron a 14 matrimonios de la Comunidad Valenciana que se habían hecho cargo de otros tantos recién nacidos. Todos coincidieron en que en María José I. era la persona que les acompañaba a la clínica San Ramón y quien se quedaba con las 200.000 pesetas, y "sólo daba una cantidad mínima a las madres biológicas y demás intermediarios". La investigación no llegó más allá.
La noticia fue divulgada con amplitud en la prensa y causó cierta conmoción social. Prueba de ello es la carta publicada poco después en EL PAÍS por José María Cruz, secretario general de la Asociación Española para la Protección de la Adopción, en la que decía: "En todos los países se dan casos de manipulaciones, de ventas de niños y negocios sucios en este campo, abusos que se tratan de evitar perfeccionando las leyes sobre la adopción y su procedimiento. En el caso de España se reconoce que existen lagunas en el procedimiento y control de la adopción y que ésta es una de las causas por las que se suceden frecuentemente casos lamentables".
La Ley de Adopción de 11 de noviembre de 1987 fue promulgada para poner orden en esta cuestión y señalaba en su preámbulo: "Se acusaba, sobre todo, en la legislación anterior una falta casi absoluta de control de las actuaciones que preceden a la adopción". Esta ausencia de control "permitía en ocasiones el odioso tráfico de niños" y "daba lugar, otras veces, a una inadecuada selección de los adoptantes". La nueva ley recortó el inmenso poder del médico y le obligó a comunicar a las autoridades cada caso de adopción.
Los casos denunciados en la prensa en su día fueron muchos menos de las sospechas que ahora afloran entre los numerosos afectados, que temen que su madre biológica fuese engañada o manipulada. Las pesquisas policiales y judiciales fueron escasas y poco profundas. El doctor Vela llegó a estar encausado, pero nunca condenado.
La existencia de Internet hace que hoy todas estas personas hayan decidido luchar. Hay adoptados que ahora, al buscar sus orígenes, no dudan en tildar al San Ramón de "maldito sanatorio".
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