Hijos y nietos de 'rojos' fusilados responden
a las cartas que escribieron antes de morir
En sus últimos instantes, pendientes sólo ya de escuchar a los asesinos cargar sus fusiles, decenas de hombres se agarraron a la vida, a los que les sobrevivirían, con un papel y un lápiz. "Queridos hijos, estoy viviendo las últimas horas de mi vida y pienso en la vuestra", escribió Germán Paredes; "Abel, hijo mío, cuando escribo estos renglones delante de tu foto...", se despedía Ricardo Zabalza. Con serenidad desarmante manifestaron sus últimos deseos -"No le des a mi nena un padre que sea malo"- e incluso se acordaron de lo de menos -"Te mando el monedero con seis pesetas"-. Sus esposas no pudieron ir a recoger sus cuerpos, escribir su nombre en una lápida o en muchos casos, y durante mucho tiempo, recordarles en voz alta. Pero guardaron como un tesoro aquellas cartas, que llegado el momento, leyeron a los hijos y después a los nietos. Aquellos últimos mensajes defendieron el hueco dejado por sus dueños y alimentaron durante años su recuerdo. Hasta hoy.
En el 70 aniversario de la entrada de las tropas franquistas en Madrid, los destinatarios de aquellas cartas y los que las heredaron llevarán su respuesta a la tapia del cementerio donde sus padres y abuelos fueron ejecutados, La Almudena.
"Recuerdo como si fuera ahora mismo la última vez que te vi en la cárcel, sentado sobre tus rodillas, jugando con la cadena de tu llavero, que al final me diste", escribe hoy Pepe Carrizo, de 78 años, a su padre. Entonces tenía ocho y aquel día no sabía que estaba en una prisión. Pensaba que había ido a ver a su padre, el alcalde socialista de El Escorial Vicente Carrizo, a un castillo, porque ese era el lugar donde estaban datadas todas las cartas que le había enviado desde que dejó de verlo en casa.
"Queridos hijos Pepe, Felisín y Vicentín. Estoy en un castillo muy precioso. Por la noche pasean las princesitas por el patio. Cuando duermo se aparece mamá Pilar vestida de hada con el pelo suelto y muy guapa. Me cuenta todo lo que hacéis. Cuando sois buenos y aplicados me pongo muy contento. Cuando la hacéis rabiar, lloro mucho", escribía Carrizo, ya condenado a muerte. Pepe tenía 8 años, Felisín, 7 y Vicentín era un bebé de meses.
"Las he leído mil veces. Para mí son algo sagrado", explica Pepe. "Los niños no saben lo que es la cárcel, ni la muerte. Yo me fui enterando de lo que había pasado poco a poco, escuchando conversaciones en voz baja. Entrábamos en un sitio y alguien decía 'pobres niños'... Venían a casa, a hacer registros y se lo llevaban todo. Un falangista quiso darme un día aceite de ricino. Yo pensaba que aquella gente quería que nos muriésemos. Poco a poco fui comprendiendo", recuerda Pepe. "Mis padres se iban a ir a México, lo tenían todo preparado, pero en el último momento, mi madre le dijo: '¿Pero por qué nos vamos a ir si tú no has hecho nada?' Y él le dijo: 'Pues tienes razón'. Y nos quedamos". Vicente Carrizo fue fusilado el 17 de noviembre de 1939.
Isabel Huelgas no escribió carta de despedida porque el día antes de ejecutarla le aseguraron que no tenía a quién enviárselas. "Dos mujeres de la prisión cometieron la crueldad de decirle que sus dos hijos, también presos, habían sido fusilados. Isabel murió aquel día, aunque al día siguiente la ejecutaran", relata Teófila Herreruela, de 89 años, su nuera. Se casó con Antonio, uno de los hijos de Isabel Huelgas, seis años después de que aquellas dos mujeres le mintieran diciéndole que había muerto. Joaquín, su otro hijo, tampoco había sido fusilado. Murió en libertad aunque por una enfermedad contraída en prisión. 70 años después, Teófila ha ayudado a sus hijos, los nietos de Isabel, a escribirle una carta a aquella mujer que no conocieron aclarándole lo sucedido.
En capilla, esperando a ser ejecutados, los condenados todavía tenían que someterse a una última condición: para poder escribir a su familia debían comulgar antes. Sin comunión, no había carta. Probablemente porque se negó, Tomás Montero no pudo escribir la suya, aunque se las apañó para esconder una pequeña nota, un papel doblado en cuatro, en las rendijas de los muros de la cárcel, confiando en que otros presos que conocían el escondrijo la recuperaran y, cosida en el forro de la ropa que se llevaban para lavar las visitas, llegara finalmente a su destino. Y llegó. A Tomás Montero apenas le dio tiempo de escribir: "Adiós para siempre, que tengáis suerte todos, adiós".
Su mujer nunca reunió las fuerzas para contarle a su nieto la historia. "Cuando murió ella, encontré la carta y dos fotos de él en su armario. Y empecé a investigar", explica Tomás Montero. "Me llamo así por él, como muchos nietos de fusilados". Le ha escrito dos cartas a su abuelo. La primera arranca: "Dios murió antes de que yo naciera...".
"Este año, y sabiendo la esperanza de vida de quienes padecen la escasez de todo menos de ideales, cumplirías 100 años (...) hace más de cuatro años que rescatamos vuestros nombres de un listado casi perdido y los enganchamos al viento (así se llamaba la calle donde vivías en el pueblo) para lanzarlos al mundo entero y escribir vuestra noble historia arrebatada... Hoy puedo decirte que buscándote, me conozco más...".
"Recuerdo como si fuera ahora mismo la última vez que te vi en la cárcel, sentado sobre tus rodillas, jugando con la cadena de tu llavero, que al final me diste", escribe hoy Pepe Carrizo, de 78 años, a su padre. Entonces tenía ocho y aquel día no sabía que estaba en una prisión. Pensaba que había ido a ver a su padre, el alcalde socialista de El Escorial Vicente Carrizo, a un castillo, porque ese era el lugar donde estaban datadas todas las cartas que le había enviado desde que dejó de verlo en casa.
"Queridos hijos Pepe, Felisín y Vicentín. Estoy en un castillo muy precioso. Por la noche pasean las princesitas por el patio. Cuando duermo se aparece mamá Pilar vestida de hada con el pelo suelto y muy guapa. Me cuenta todo lo que hacéis. Cuando sois buenos y aplicados me pongo muy contento. Cuando la hacéis rabiar, lloro mucho", escribía Carrizo, ya condenado a muerte. Pepe tenía 8 años, Felisín, 7 y Vicentín era un bebé de meses.
"Las he leído mil veces. Para mí son algo sagrado", explica Pepe. "Los niños no saben lo que es la cárcel, ni la muerte. Yo me fui enterando de lo que había pasado poco a poco, escuchando conversaciones en voz baja. Entrábamos en un sitio y alguien decía 'pobres niños'... Venían a casa, a hacer registros y se lo llevaban todo. Un falangista quiso darme un día aceite de ricino. Yo pensaba que aquella gente quería que nos muriésemos. Poco a poco fui comprendiendo", recuerda Pepe. "Mis padres se iban a ir a México, lo tenían todo preparado, pero en el último momento, mi madre le dijo: '¿Pero por qué nos vamos a ir si tú no has hecho nada?' Y él le dijo: 'Pues tienes razón'. Y nos quedamos". Vicente Carrizo fue fusilado el 17 de noviembre de 1939.
Isabel Huelgas no escribió carta de despedida porque el día antes de ejecutarla le aseguraron que no tenía a quién enviárselas. "Dos mujeres de la prisión cometieron la crueldad de decirle que sus dos hijos, también presos, habían sido fusilados. Isabel murió aquel día, aunque al día siguiente la ejecutaran", relata Teófila Herreruela, de 89 años, su nuera. Se casó con Antonio, uno de los hijos de Isabel Huelgas, seis años después de que aquellas dos mujeres le mintieran diciéndole que había muerto. Joaquín, su otro hijo, tampoco había sido fusilado. Murió en libertad aunque por una enfermedad contraída en prisión. 70 años después, Teófila ha ayudado a sus hijos, los nietos de Isabel, a escribirle una carta a aquella mujer que no conocieron aclarándole lo sucedido.
En capilla, esperando a ser ejecutados, los condenados todavía tenían que someterse a una última condición: para poder escribir a su familia debían comulgar antes. Sin comunión, no había carta. Probablemente porque se negó, Tomás Montero no pudo escribir la suya, aunque se las apañó para esconder una pequeña nota, un papel doblado en cuatro, en las rendijas de los muros de la cárcel, confiando en que otros presos que conocían el escondrijo la recuperaran y, cosida en el forro de la ropa que se llevaban para lavar las visitas, llegara finalmente a su destino. Y llegó. A Tomás Montero apenas le dio tiempo de escribir: "Adiós para siempre, que tengáis suerte todos, adiós".
Su mujer nunca reunió las fuerzas para contarle a su nieto la historia. "Cuando murió ella, encontré la carta y dos fotos de él en su armario. Y empecé a investigar", explica Tomás Montero. "Me llamo así por él, como muchos nietos de fusilados". Le ha escrito dos cartas a su abuelo. La primera arranca: "Dios murió antes de que yo naciera...".
"Este año, y sabiendo la esperanza de vida de quienes padecen la escasez de todo menos de ideales, cumplirías 100 años (...) hace más de cuatro años que rescatamos vuestros nombres de un listado casi perdido y los enganchamos al viento (así se llamaba la calle donde vivías en el pueblo) para lanzarlos al mundo entero y escribir vuestra noble historia arrebatada... Hoy puedo decirte que buscándote, me conozco más...".
También cumpliría 100 años el abuelo de Eva Bes, Felipe Sánchez. Tomás y Eva, coordinadores de Memoria y Libertad, son los promotores de este homenaje. Juntos han ayudado a muchos nietos a saber más de los autores de aquellas cartas-tesoro que habían heredado. Como Ana Elisa, que después de leer las últimas palabras de Germán Paredes -"Muero tranquilo y orgulloso de morir por lo que muero"- y desde Perú, comenzó a buscarle. O como Norma, que le escribe a su abuelo, Federico Pérez Díaz: "Eras un rostro joven en una foto antigua y el recuerdo impreciso de algunas cosas que mi padre contaba...".
Dicen que no les ha resultado extraño escribirles. No son cartas tristes. Maribel utiliza la suya para hablarle a su abuelo, Esteban Castelló, de su madre, Concepción: "No la llegaste a conocer, pero yo puedo hablarte de ella. Es una mujer noble y justa". Josué Lillo, para tratar de reconfortar a su padre, Pedro: "Siempre recordaré que unos días antes de asesinarte, cogiéndome en brazos, me dijiste: 'Hijo, lleva con orgullo mis apellidos porque yo no he hecho daño ni mal a nadie"; y Abel para confesarle a su padre, Ricardo Zabalza, que no se hizo maestro como le había aconsejado, sino ingeniero.
Dicen que no les ha resultado extraño escribirles. No son cartas tristes. Maribel utiliza la suya para hablarle a su abuelo, Esteban Castelló, de su madre, Concepción: "No la llegaste a conocer, pero yo puedo hablarte de ella. Es una mujer noble y justa". Josué Lillo, para tratar de reconfortar a su padre, Pedro: "Siempre recordaré que unos días antes de asesinarte, cogiéndome en brazos, me dijiste: 'Hijo, lleva con orgullo mis apellidos porque yo no he hecho daño ni mal a nadie"; y Abel para confesarle a su padre, Ricardo Zabalza, que no se hizo maestro como le había aconsejado, sino ingeniero.
La despedida de los ejecutados y la contestación de sus familias 70 años después
- "Queridos hijos: estoy en un castillo precioso...". En prisión, condenado a muerte, Vicente Carrizo escribió a sus hijos, de ocho, siete y menos de un año, cartas como ésta: "Estoy en un castillo precioso (...) Cuando duermo se aparece mamá Pilar vestida de hada con el pelo suelto y me cuenta todo lo que hacéis...". 70 años después, Pepe (en la imagen con su padre, en un carrito) le responde: "He procurado que todos mis actos te hubieran hecho haber estado orgulloso de mí. Tú fuiste el último alcalde de la República [del Real Sitio de El Escorial, Madrid]. Yo concejal de la recién instaurada democracia".
- Sus hijos seguían vivos. Isabel Huelgas terminó sus días en la misma prisión donde había trabajado como funcionaria durante la República, Ventas. Fue ejecutada el 31 de julio de 1939 a los 62 años. La víspera, le dijeron que sus dos hijos habían sido fusilados. Su nuera y sus nietos le han escrito una carta aclarándole la mentira.
- "Dios murió antes de que yo naciera". Tomás Montero no pudo escribir una última carta, pero se las apañó para esconder en las rendijas de los muros de la prisión una pequeña nota en la que aprisionó su último pensamiento: "Adiós para siempre, que tengáis suerte todos, adiós". Su nieto, que se llama como él, le responde ahora: "Dios murió antes de que yo naciera...".
- "Me quedan dos horas escasas. ¡Adiós, hijos míos!". Estas líneas pertenecen a la última carta que Germán Paredes escribió antes de ser fusilado en Madrid, el 3 de julio de 1941. En ella le pedía a sus hijos: "Estudiar mucho y me honraréis con vuestra vida como yo os honré con mi muerte (...) muero tranquilo y orgulloso de morir por lo que muero". Sus nietos y sobrinos la leyeron muchos años después en Perú, país donde la familia se refugió de Franco y quisieron averiguar todo cuanto pudieran del autor de aquella carta serena y valiente. Hoy participan en un homenaje a Germán Paredes, respondiendo a su última carta: "Tu hija, mi tía Tilita, no habla mucho de aquellos días...", escribe su sobrina Ana Elisa. "Tu nieto, mi hermano, lleva tu nombre", le contesta su nieta Cecilia. "Hace unos meses me leyeron esa carta tan hermosa y tierna de despedida que nos dejaste horas antes de morir (...) Las vueltas que da la vida... ahora el nieto de un republicano es presidente del Gobierno...".
Sem comentários:
Enviar um comentário